Por Emmett Brown
En las últimas décadas, hemos sido testigos de un fenómeno persistente en numerosas partes del mundo: la migración constante de personas desde áreas rurales hacia las grandes ciudades.
La migración del campo a la ciudad ha transformado drásticamente la composición demográfica y socioeconómica de muchas regiones y es un tema relevante en la agenda pública.
La migración del campo a la ciudad es un fenómeno que ha marcado la historia de la humanidad desde tiempos remotos y, en Chile, ha cobrado una relevancia particular debido a la acelerada urbanización y a los cambios en los patrones de producción y empleo.
Esta migración masiva de las zonas agrícolas a los centros urbanos ha generado profundas transformaciones en todas las dimensiones de la vida social.
Uno de los principales impulsores de este fenómeno es la búsqueda de mejores posibilidades económicas que permitan salir de la pobreza, como dan cuenta múltiples historias de mapuches que han llegado a la Región Metropolitana, con el fin de encontrar mejores trabajos y condiciones financieras.
De acuerdo con el censo de 2017, la población mapuche llega a 1.745.147 personas a lo largo del país y, contrario a lo que se creería, hay más mapuches en la Región Metropolitana (614.881) que en La Araucanía (314.174) y el Biobío (178.723), concentrándose principalmente en Puente Alto y Maipú.
En la primera comuna, los mapuches corresponden al 10% de la población.
Si bien la migración a la Región Metropolitana se podría justificar por contar con mejores posibilidades en educación y una mejor infraestructura de servicios, o por el proceso de urbanización que ha resultado en una mayor concentración de población en las ciudades, es la pobreza el principal factor que lleva a muchos mapuches a abandonar sus comunidades y emprender en una aventura incierta.
La capital los recibe con las precariedades de las poblaciones y de una periferia cada vez más hostil, como consecuencia de múltiples factores y un común denominador: la pobreza.
La misma que en muchos casos los obliga a volver a sus tierras, frustrados, enojados y cargados de aprendizajes no necesariamente positivos.
Si no se resuelve el problema de la pobreza y de la falta de oportunidades y trabajos bien remunerados, el conflicto y las tensiones en el sur no van a parar y el conflicto histórico y contemporáneo entre las comunidades mapuches y el Estado chileno, que involucra la disputa por tierras y derechos, no va a parar y continuará escalando.
Tomar en serio el conflicto significa generar espacios para crecer y progresar, no crear comisiones de burócratas bien remunerados que prolongan la duración de su misión, como si fuera un taxímetro corriendo sin parar.