Sentirse lastimado, dañado, despreciado, menospreciado, disminuido o maltratado, son algunas de las consecuencias de la violencia o maltrato escolar, más conocido como bullying, concepto que cada cierto tiempo sale a la palestra, con noticias como la que conocimos hace unas semanas, de la estudiante del Colegio Nido de Águilas en Santiago, quien puso fin a su vida frente al constante acoso al que se veía enfrentada a diario.
Según el Primer Estudio Internacional de América Latina sobre bullying publicado en 2017, realizado por la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), 7 de cada 10 niños y niñas son víctimas, causando cerca de 200 muertes al año, siendo la región más afectada por este flagelo.
Por ello, la facilitadora del Programa de Acompañamiento y Acceso Efectivo a la Educación Superior (PACE), ejecutado por la Universidad Católica del Maule (UCM), Eloísa Carreño, manifestó que es importante sensibilizar sobre el bullying, estar alertas sobre cómo actuar frente a éste, además de reflexionar sobre el rol docente, como garante de derecho y promotor de la prevención e interrupción de esta conducta.
Según la psicóloga, el autor Dan Olweus planteó en 1983 que el bullying “Es una conducta de persecución física o psicológica que realiza el alumno o alumna contra otro, al que elige como víctima de reiterados ataques. Esta acción, sitúa a las víctimas en posiciones de las que difícilmente pueden salir por sus propios medios. La continuidad de estas relaciones provoca en la víctima efectos claramente negativos: descenso de su autoestima, estados de ansiedad e incluso depresivos, lo que dificulta su integración en el medio escolar y el desarrollo normal de los estudiantes”, explicó.
MANIFESTACIONES
¿Pero cómo detectarlo a tiempo? A juicio de la profesional, el bullying se manifiesta de distintas maneras: física, verbal, psicológica, en la expulsión social y ataques cibernéticos.
La etapa física se expresa, por ejemplo, a través de dar empujones, pegar, amenazar con armas, robar y romper y/o esconder objetos de “otro”. La verbal por su parte, consiste en insultar, burlarse, poner sobrenombres, inventar rumores, “hablar mal del otro”. La psicológica es cuando se trata de intimidar, humillar, denigrar, amenazar, chantajear y despreciar.
Asimismo, la facilitadora PACE UCM, programa de Acceso Inclusivo del Centro de Apoyo al Aprendizaje del plantel, manifestó que la exclusión social se da cuando al estudiante lo apartan del grupo, no lo dejan participar, lo aíslan e ignoran. La etapa cibernética, en tanto, se manifiesta con grabar vídeos o sacar fotografías y subirlas a la red, bloquear a las víctimas en las redes sociales y maltratar verbalmente en las mismas.
“NO ES MI PROBLEMA”
Por otro lado, están los espectadores, explicó Eloísa Carreño, en donde podemos encontrar a los activos, quienes son inducidos a actos de violencia y persecución; los pasivos, seguidores del agresor, pero no agreden; los observadores, ven lo que sucede, pero no intervienen, “no es mi problema”, argumentan; finalizando se encuentran los defensores, quienes desaprueban el acoso y tratan de ayudar al estudiante afectado.
Por último, la profesional manifestó la necesidad de que los profesores del sistema escolar de la región, especialmente de los 31 liceos adscritos al PACE UCM, estén alerta respecto de este tema, tendiendo presente las normativas vigentes, como la Ley General de Educación; la Ley sobre Violencia Escolar; la Convención de los Derechos Humanos y la Convención de los Derechos del Niño; la Ley Antidiscriminación y la Circular sobre Derechos de niños, niñas y estudiantes trans en el ámbito de la educación.