Hasta enero recién pasado, la escala global de medición de incendios forestales -como se denomina a aquellos que se propagan sin control por bosques, plantaciones, matorrales, pastizales, entre otros- llegaba hasta la “quinta generación”, el tipo más destructivo que puede liberar entre 30 mil y 40 mil kilovatios de energía por metro consumido, versus los 4 mil a 6 mil kilovatios que desprenden aquellos que se encuentran en la primera categoría.
Sin embargo, la “tormenta de fuego”, como se denominó a los numerosos y devastadores siniestros que devastaron 250 mil hectáreas de la zona centro sur de Chile durante el verano pasado fueron de tal magnitud, que los expertos del Sistema de Protección Civil de la Unión Europea establecieron una nueva categoría: la sexta generación.
“Se llegaron a registrar de 80 mil a 90 mil kilovatios por metro, o sea, en cuanto a intensidad fue algo absolutamente desconocido e impensado”, explicó el jefe del Departamento de Incendios Forestales en la región del Maule de la Corporación Nacional Forestal (Conaf), Dante Bravo.
Pero este no fue el único elemento que hizo de los megaincendios un evento inédito a nivel mundial.
“A Santa Olga el fuego llegó por aire, ni siquiera como un incendio por continuidad, que avanzan de forma pareja y a los cuales se puede responder poniendo maquinaria, equipos de brigadistas, y haciendo cortafuegos. Aquí empezaron a caer flamas encendidas de 50 metros de largo que pasaban por el aire y caían dentro del poblado. La verdad es que superó cualquier cosa conocida porque no existían en el mundo eventos de estas características”, explicó Bravo.
Otra característica de los incendios de “sexta generación” es que, más allá del impacto directo que representan para la población afectada, genera alteraciones incluso a nivel atmosférico.
“Hubo varios megaincendios que se generaron en forma simultánea, que de alguna manera interactuaron en la estratósfera y empezaron mover las masas de aire”, dijo, tras lo cual recordó que incluso hubo vientos que alcanzaron una velocidad de 120 kilómetros por hora.
Más allá de los cambios registrados en la estructura y efectos generados por los incendios, en nuestro país hay un evento que permanece inalterable: la causa que los origina. “No existen los incendios espontáneos en Chile”, afirmó el académico de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Talca, John Gajardo.
“En nuestro país los incendios son provocados por el hombre, ya sea por descuido o de manera intencional. El único fuego natural podría ser causado por rayos a partir de una tormenta eléctrica seca, o quizás debido a la actividad volcánica”, comentó el especialista.
En cuanto a los factores que están incidiendo en la mayor potencia de los incendios, se encuentra la mayor disponibilidad de combustible que, según explicó el profesor John Gajardo, es “toda especie vegetal que presente un bajo contenido de humedad”.
“En el caso de los pastos y malezas (combustibles finos), por poseer una mayor relación área/volumen, tendrán una mayor superficie a través de la cual podrán perder humedad y absorber el calor desde los combustibles adyacentes, esto hace que alcancen la ignición más fácilmente y ardan más rápido. Por otra parte, al incendiarse más rápidamente, aumenta la velocidad de propagación. Uno de los principales problemas con los combustibles finos es que presentan continuidad horizontal, y muchas veces cercanía a los inmuebles”, precisó.
En medio del debate sobre las causas que incidieron en la voracidad de los incendios del verano, se levantaron muchas voces que atribuyeron una dosis importante de responsabilidad a la proliferación de monocultivos de pino y eucaliptus en desmedro de bosque nativo, tema que fue analizado por el profesor de la Facultad de Ciencias Forestales.
“Gracias a su estructura química los pinos y eucaliptos son capaces de producir fenoles, resinas y aceites esenciales, los cuales pueden resultar inflamables. Sin embargo, para ser justos, algunas especies de árboles nativos también poseen estas propiedades”, planteó el académico de la UTALCA.
“La diferencia con el nativo radica entonces, en que por el lado de las plantaciones se tienen miles de hectáreas para producir madera con especies que generan estos compuestos y eso es un factor que puede favorecer el avance del fuego. Respecto a la capacidad del bosque nativo para ralentizar el fuego, es muy probable que los bosques que quedan hoy en día en zonas afectadas por los incendios se encuentren acantonados en sectores más húmedos como quebradas, y entonces al poseer un mayor contenido de humedad, el fuego avanzaría más lento”, puntualizó.