En esta nueva conmemoración del día sin fumar, es preciso hacer una enfática mención a la magnitud del problema, hacer un análisis crítico-constructivo a las políticas públicas y, entregar un mensaje alentador a quienes fuman y desean dejar de hacerlo.
En datos duros, convengamos que el tabaquismo es un problema tanto desde el punto de vista conductual como del biomédico puro. Constituye la principal causa de enfermedad y muerte evitable en el mundo y de acuerdo a nuestra última Encuesta Nacional de Salud (ENS), del periodo 2009-2010, 4 de cada 10 chilenos fuma, siendo los hombres quienes más adhieren a este tan poco saludable hábito. Al mismo tiempo, 1 de cada 11 muertes que ocurrieron en Chile en el periodo medido por el Estudio de Carga y Carga Atribuible 2007, fueron directamente atribuibles al consumo de tabaco. En el grupo de personas con mayor escolaridad se encuentra la mayor prevalencia de consumo, pero lamentablemente, el nivel educacional bajo tiene el mayor consumo en número absoluto de cigarrillos.
También es conocido que aproximadamente 2 de cada 3 fumadores quiere dejar de hacerlo y de quienes han logrado suspender el hábito, casi el 80% lo hicieron solamente porque se lo propusieron. Un porcentaje no despreciable, cerca del 10%, lo hicieron con ayuda o por consejo médico. Tan sólo 1 de cada 100 lo hizo porque el lugar donde trabajaban o estudiaban no lo permitía. En términos prácticos, el quehacer de los equipos de salud tiene un no menor impacto en el cese del consumo de tabaco.
No existe duda del daño asociado al consumo de tabaco, la evidencia es contundente al respecto. Fumar aumenta significativamente la presión arterial, aumenta la probabilidad de tener eventos cardiovasculares (infarto al corazón, infarto cerebral, entre otros), aumenta el riesgo de desarrollar algunos tipos de cáncer y de daño pulmonar irreversible . De igual modo, los efectos de su uso durante el embarazo y lactancia han sido demostrado por numerosos estudios, con nefastas consecuencias para el feto y recién nacido. Capítulo a parte, es hablar del impacto que tiene en niños y adolescentes.
Dejar de fumar no es fácil, requiere de mucha fortaleza interior y experiencia de su tratante. El arsenal con que disponemos los médicos para ayudar a nuestros usuarios es amplio y va desde intervenciones tan sencillas -pero efectivas- como una conversación estructurada de algunos minutos y en la misma consulta, hasta programas con uso de terapias de remplazo o medicamentos que podrían más que doblar la probabilidad de dejar de fumar. El uso de otras medidas menos tradicionales tiene evidencia, al menos cuestionable. En ese sentido, debiesen ser utilizadas de manera complementaria y no como la solución única al problema. Y si queremos, podemos mencionar que las políticas públicas han tenido un rol muy importante, la evidencia internacional es contundente al demostrar que las medidas aversivas o restrictivas sólo son efectivas cuando se implementan, ejecutan, miden y ajustan sistemáticamente en el tiempo.
Bajo esta lógica opera la necesidad de diseñar e implementar estrategias desde la salud pública que requieran la medición periódica y ajustada a los constantes cambios de las comunidades. Por otra parte, intervenciones sistematizas en un programa focalizado en el problema y dirigido a las necesidades individuales de cada fumador. Los equipos con una mirada integral del problema son quienes mejor conocen esta realidad y pueden ofrecer apoyo a sus usuarios. Los invitamos a acercase a su médico para recibir ayuda.