Noemí Gutiérrez (62), Gloria Vergara (45) y Joel Irribarra (63) forman parte de las casi 674 mil personas que se han recuperado de coronavirus. Estuvieron hospitalizados, en estado grave y con un pronóstico desfavorable. Hoy, celebran que le torcieron la mano a la muerte, miran el futuro con esperanza y, por sobre todo, agradecen al personal médico.
A casi un año de la llegada del virus del COVID-19 a nuestro país, las familias chilenas han sentido el golpe de la pandemia de una u otra manera. Sin embargo, la peor parte se la han llevado quienes han perdido a un ser querido o quienes han experimentado en primera persona los síntomas de la enfermedad.
Actualmente, son 18.257 en total las personas que han fallecido por coronavirus, según los datos entregados por el Ministerio de Salud. Pero hay otra cifra que es esperanzadora: 673.582 han logrado recuperarse. Ellos nos cuentan de primera fuente cómo es vencer el virus, pese a tener todo en contra.
“Los doctores me salvaron la vida”
Noemí Gutiérrez (62) vive en la comuna de Valparaíso. Desde marzo del 2020 dejó de sacar a la calle su carrito de mote con huesillo debido al miedo que le generaba el contagio. Ya se había acostumbrado al uso de mascarillas y al distanciamiento social, incluso limitaba sus salidas para evitar cualquier tipo de contacto que pudiera significarle adquirir el virus.
Sin embargo, el 26 de octubre, luego del plebiscito, comenzó a sentir una fuerte fiebre que encendió sus alarmas. Fue diagnosticada con COVID-19 luego de una reunión familiar.
Tras pasar por una residencia sanitaria, su estado se agravó, por lo que tuvo que ser hospitalizada durante dos meses en el Hospital Gustavo Fricke de Valparaíso, institución que la semana pasada informó la ocupación total de sus camas críticas.
La enfermedad la afectó de tal manera que los médicos tuvieron que proceder a realizarle una traqueotomía y se mantuvo en un coma inducido por dos semanas. “Como ya había pasado dos enfermedades graves dije: ‘Ya, me doy’. Me entregué a los médicos. Me dijeron que iban a hacer la traqueotomía y yo dije: ‘Ya, háganla nomás’. Bien tranquila, sin miedo”, cuenta Noemí.
En 2005, Noemí recibió un trasplante de hígado tras una hepatitis, lo que le significó jubilarse a los 47 años. Por ello, su preocupación no era menor: representaba a las personas consideradas como población de riesgo de nuestro país, tanto por su grupo etario y sus enfermedades preexistentes.
El panorama no era prometedor. Noemí se encontraba bajo un coma inducido y, según cuenta, los doctores veían cómo los demás pacientes en su misma condición no avanzaban favorablemente, por lo que esperaban que el desenlace fuera el mismo para ella. Dice que los días pasaban y los médicos agotaban todas las instancias para ayudarla, pero sin resultados. Sólo esperaban lo que tuviera que pasar.
Contra todo pronóstico y de manera milagrosa, tal como le comentaron sus médicos, Noemí comenzó a mejorar. Luego de llegar a la etapa más alta de la enfermedad, su cuerpo reaccionó positivamente y lograron despertarla.
“Yo me decía que tenía que salir adelante, desde mi fuero interno”, recuerda Noemí, quien agrega que sacó las fuerzas para luchar contra el virus por su familia. Sin embargo, cuenta que no lo hubiera hecho sin el apoyo incondicional que tuvieron sus doctores de cabecera: “Yo quiero dar las gracias a los médicos, ellos me salvaron la vida. Tuve mucha suerte de los doctores que me atendieron. Les tengo todos los agradecimientos a ellos que me ayudaron a salir de esta enfermedad”.
“Si cree en los milagros, este es uno”
Gloria Vergara (45) es otra sobreviviente al virus. Al igual que Noemí, se contagió a través de un familiar directo, que estaba asintomático. Y los estragos que dejó enfermedad en su vida aún son latentes: luego de la traqueotomía, su voz se oye rasgada y cansada.
El 4 de junio, en medio de la primera ola de contagios, Gloria fue hospitalizada en la Clínica de Reñaca, donde pasó tres meses, de los cuales, 57 días fueron en la Unidad de Cuidados Intensivos. Debido a su gravedad, los médicos decidieron mantenerla en un coma por 33 días y, como en muchos casos, no esperaban que pudiera mejorar.
La dueña del restorán “Camaleón” en Maitencillo, que tuvo que cerrar porque la situación económica era insostenible, empezó con una fiebre muy alta. Afirma que cuando se acercó a un centro asistencial, pensaron que se trataba de un resfriado, por lo que le indicaron volver a su hogar con prescripción de paracetamol.
“Valoro tanto la vida ahora”
Joel Irribarra (63) trabajaba como asistente de bodega para una empresa de construcción. Pese a que tomaba las medidas preventivas contra el COVID-19, como el uso de mascarillas y alcohol gel, cuenta que en un principio no creía que fuera real.
“Para mí no existía el virus, pensaba que era un resfriado pasajero que tenía la gente y nada más que eso. Yo no creía que fuera real. Pero hasta que yo lo viví, comprobé que esto existe, que es mortal”, dice.
Debido a su trabajo, Joel hacía largos recorridos en el transporte público desde San Bernardo a Lo Barnechea, por lo que cree que durante esos transcursos pudo haberse contagiado