Hay un abuso que es el peor de todos los abusos. Porque ocurre en silencio, deja huellas dolorosas y muy difíciles de borrar, manipula la confianza de sus víctimas y daña a los niños, quienes no pueden defenderse. Por eso, el abuso sexual infantil es el peor abuso. Y es nuestro deber, como adultos, prevenirlo, denunciarlo y detenerlo.
El abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes es una de las peores violaciones a los derechos humanos, y a pesar de que constituye un problema creciente en el mundo, transversal a todos los estratos socioeconómicos, la mayoría de los casos no son detectados ni denunciados. Daña la supervivencia, la dignidad, la integridad, la salud y el desarrollo del niño/a, y conlleva efectos de corto y largo plazo, los cuales son muy difíciles de superar y pueden dejar huellas de por vida.
Según cifras de la Subsecretaría de Prevención del Delito, las denuncias de abuso sexual y violación, menores de 18 años, fueron 212 en la región del Maule durante 2018. De ellas, el 59% corresponde a abusos sexuales a menores de 14 años. Sin embargo, sabemos que la develación por parte de las víctimas suele ser tardía y que la mayoría de las personas no denuncia, al ser el victimario una persona cercana. De hecho, un reciente estudio de la Fundación para la Confianza, señala que el 20% de los hombres y 39% de las mujeres dicen haber sufrido algún tipo de abuso sexual infantil en la Región Metropolitana.
Los niños, niñas y jóvenes víctimas de abuso sexual, independiente de su estrato socioeconómico y nivel educacional, con frecuencia callan: por miedo, culpa, impotencia, desvalimiento, vergüenza. Suelen experimentar un trauma característico de este tipo de abusos: se sienten cómplices, impotentes, humillados y estigmatizados.
Por otra parte, a diferencia del maltrato físico, la detección del niño que fue o está siendo víctima de abuso sexual, depende de un proceso de escucha efectiva. En la mayor parte de los casos los abusos son cometidos por conocidos o familiares, suelen reiterarse en el tiempo, antes de ser descubiertos o evidenciados por las víctimas.
Necesitamos con urgencia visibilizar el abuso sexual infantil, concientizar acerca de sus consecuencias y educar respecto al rol fundamental que cumplen los adultos al momento de proteger a los niños. Los primeros cuidadores y responsables de los niños somos sus padres y su familia.
Muchos adultos, padres y madres, prefieren no hablar de abuso sexual a sus hijos o hijas, porque no saben cómo hacerlo, por miedo, vergüenza o por un historial propio de abuso que no han enfrentado. Si bien no es fácil, es fundamental hablar del tema. El silencio, el secreto, la falta de información, los prejuicios, la vergüenza trabajan a favor del abusador.
El cuidado y la protección de los niños y niñas corresponde a los adultos. Por ello, es importante destacar que no es correcto transferir esta responsabilidad a los niños, como se ha hecho históricamente: cuídate, no hables con extraños, que nadie te toque. No se trata que los padres o cuidadores que vean signos de abuso sexual en todas partes ni que sospechen de todas las personas que tienen a su alrededor. Sin embargo, los adultos debemos estar atentos para detectar señales y tener especial cuidado en conocer a las personas que nos rodean, especialmente si tienen contacto con los niños.
Necesitamos el compromiso de todos los adultos para detener el abuso sexual infantil, prevenir su ocurrencia, denunciar a los abusadores y acompañar, acoger y ayudar a los sobrevivientes. El abuso sexual infantil, es el peor de los abusos.