Por Emmett Brown
En octubre de 2019, una acumulación de tensiones sociales, económicas y políticas dieron origen al denominado “estallido social”, que se concretó a través de una serie de protestas masivas que abordaron diversas demandas, empujando a la clase política a tomar una serie de medidas y a convocar a un proceso constituyente, como si ahí estuviera la solución a todos los males.
La demostración de desconexión con la realidad era evidente, considerando que las causas del malestar social tenían que ver con la desigualdad económica que generaba una brecha entre ricos y pobres; con las bajas pensiones; con el alto costo de la educación y la salud, entre otros factores.
Además, los abusos, la corrupción y la nefasta alianza tácita entre grupos económicos y políticos serviles a sus intereses, golpearon duro la confianza en las instituciones y contribuyeron a debilitar a un sistema político ya resentido por una serie de decisiones y reformas útiles para los políticos e innecesarias para el país.
Un poco antes, 102 años, los zares de Rusia cayeron debido a una combinación de factores, incluyendo tensiones sociales, económicas y políticas.
La Revolución de febrero de 1917 precipitó la abdicación del zar Nicolás II, marcando el fin de la dinastía Romanov y el comienzo de un periodo de agitación que condujo a la Revolución de Octubre, liderada por los bolcheviques, y al establecimiento del régimen comunista en Rusia.
La Revolución Francesa, que comenzó en 1789, también tiene su origen en una combinación de factores sociales, económicos y políticos: desigualdad social, crisis económica y un sistema político encabezado por la monarquía absoluta, en la que el rey tenía un poder casi ilimitado, dejando a la mayoría de la población sin representación política.
Además, la crisis alimentaria consecuencia de la escasez de alimentos y el aumento de los precios, agravados por malas cosechas y problemas logísticos, llevaron a la hambruna y al malestar social.
Estos factores se combinaron para desencadenar la Revolución Francesa, que resultó en la abolición de la monarquía, la ejecución del rey Luis XVI, y el establecimiento de la Primera República Francesa.
En Chile, evidentemente los problemas que derivaron en la crisis de 2019 no están superados. Tras dos procesos constituyentes fracasados, las cosas no sólo no han cambiado, sino que estamos peor que antes, con un gobierno incapaz y una oposición miserable.
Como vengo del futuro, les cuento: la clase política nos va a ofrecer soluciones novedosas con Michelle Bachelet y Evelyn Matthei enfrentándose nuevamente por llegar a la Moneda, igual que en 2013.
Así de mal estamos: la expresidenta, una de las máximas responsables de la situación actual, se nos ofrece como carta salvadora, frente a la alcaldesa de Providencia que puede tener muchos méritos personales, pero es militante de Chilevamos, el histórico conglomerado de centroderecha artífice de las peores prácticas políticas conocidas por nuestra historia: corrupción, desfalcos, malas prácticas, todo vinculado al dinero, grupos económicos e intereses mezquinos.
Así las cosas, nuestro mensaje de fin de año a la clase política es muy simple: llegó la hora de velar por los intereses de Chile y de los chilenos: no más corrupción, no más Hermosillas, no más colusiones, no más distorsiones.
Bienvenidas sean la seguridad, la educación de calidad, la salud oportuna, la competencia noble en el mercado, la igualdad de oportunidades.
Gobernantes y parlamentarios: no son zares ni reyes. Asuman su responsabilidad, dejen de ser lacayos de los poderes fácticos y asuman sus responsabilidades fundamentales para garantizar el bienestar y el progreso de los chilenos.
De lo contrario, vamos al despeñadero y la historia nos muestra que las cosas terminan mal, como le pasó a los zares y a los monarcas absolutistas.
Háganse cargo, aún es tiempo de evitar los estragos de una tormenta que se avizora perfecta.